Caminaba lento y fuerte, para que
notara sus zapatos altos de plataforma (horribles, vale aclarar) pero
por sobre todo, su presencia. Me miraba y revoleaba los ojos. Ponía la
boquita de pava silbadora, típico de ella. Sacudía su pelo largo sin
forma, planchado, desprendiendo de su cuello el perfume que ella
le había regalado, como tantos otros me regaló a mí. Llevaba un vestido
corto que dejaba ver sus huesudos muslos. Se reía con falsedad, como es
usual. Y hablaba de todo como si supiera apenas algo. Lo único que podía
ver, era cómo me echaba en cara que se acostaba con él. A pesar
de todo este acting, notaba en su cara el temor que siente cuando me ve.
Sabe la verdad. Y le duele. Le duele saber que es la “segunda”. Sabe
que la están usando. Pero no importa, ella cree tener lo que quiere. Y
sigue caminando de aquí para allá, moviendo sus caderas, apuñalándome
con la mirada… Como si me importara. Nunca va a ser mejor que yo,
pensaba al verla haciendo el ridículo ante mis ojos. Y de paso, me río
al ver sus espantosas cejas. Sé que lloraba por dentro. Será “dueña” de
su cama, de sus momentos, de sus regalos… pero nunca, NUNCA, de su
corazón.
¡Qué importa que sea viejo el texto! ¡Hoy te cabe más que nunca!