Detrás de todo este espectáculo de palabras, tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas,
de que no haya muerto del todo en tu memoria...

febrero 22, 2011

La caja de Pandora

Sus corazones vagaban en el vacío. Y los cristales que los rodeaban iban cayendo uno por uno, dinamitaban contra el piso, herían sus pies. ¿Pero a quién le importaba? Vagaban en la absurda oscuridad, oyendo sus latidos, iban al compás de su profunda respiración. Se aceleraba el tiempo. Sus pupilas dilatadas, las frentes transpiradas. El calor era insoportable. Corrían, asustados. Tropezaron con un río de lágrimas, pudieron notarlo por su sabor. Ni tan salado como el mar, ni profundo como el océano, ni frío ni dulce como los lagos. Se refrescaron allí, pero no podían parar de preguntarse de quien o quienes serían esas lágrimas derrochadas. Una fuerte corriente los empujó varios metros abajo, donde podía distinguirse un destello de luz. Lo persiguieron hasta casi chocarse contra él. Era una diadema que lastimaba sus ojos. Ninguno de los dos comprendía nada, sin embargo, no querían que el otro notase su incertidumbre. Todo era silencio. Y, de golpe, oscuridad absoluta. Tan sólo alcanzaron a ver kilómetros y kilómetros de negrura, un río a su lado y una débil luz que se desvanecía, además de sus rostros. Decidieron rendirse y esperar a que la Muerte llegara, si es que todavía no estaban muertos. Uno de ellos exclamó: -"El Limbo". No -Le responde, con una dulce pero apagada voz- Puedo oír tu corazón, tu respiración, puedo sentir tu calor. Estamos vivos.
Se quedaron mirándose a los ojos, sin saber qué era lo que en realidad miraban. Asustados por la conexión de sus corazones, corrieron en direcciones contrarias. Alejándose el uno del otro cuanto pudieran. Miedo, sentían, y lo sabían. "¿Qué es este lugar? ¿Por qué mis sentimientos aquí son tan fuertes? ¿Por qué me aturden mis pensamientos?" Tantas preguntas sin respuestas. Impotencia. El no saber qué hacer los estaba volviendo locos. Él, corrió donde estaban aquellos cristales. Sus piernas estaban muy heridas, estaba bañado en sangre. Ella, cayó cuesta abajo por el río de lágrimas. Pero, de alguna manera, no dolía. Ya no.
Dicen que fue un sueño, tratan de convencerme. Pero insisto que lo viví, sé que fui espectadora de tal acontecimiento. Vi como se lastimaban mutuamente al creer que separados iban a estar mejor. Y no fui capaz de frenarlos ni de ayudarlos. A mí también me había invadido el miedo. No era mi historia, pensé que lo más sensato sería no meterme. Y ahora me siento tan culpable por haberlos dejado morir solos... Podía observar todo desde arriba, cual juego de mesa. Podía sentir lo que ellos sentían. Su desesperación, su dolor, su amor. Nada, no hice nada más que llorar. A veces llego a pensar que yo los maté. Terminé resignándome, con tal de no oír más prejuicios, aceptando que solamente fue un sueño, uno muy real. Pero que lo diga no quiere decir que, en verdad, lo piense así.
Esto siento, más o menos, y por esto mismo muero.