Así como puedo ponerme de mal humor fácilmente, también puedo estar de buen humor en un abrir y cerrar de ojos. Como hace unos días atrás, viajando en colectivo. Línea 45, a las once de la mañana, iba vacío. Se acercaba el mediodía y el calor ya se hacía notar. Estaba nublado, pero bastó que un rayo de sol me cegara para que abriera la ventanilla, y dejara entrar una suave brisa con olor a eucalipto que trajo consigo un verano lejano. Y miles de recuerdos. Aún con los ojos cerrados, sintiendo la calidez del sol sobre mi rostro, repasaba en mi mente esos viajes al campo. El estar recostada sobre la hierba, con ramitas y hojas de eucalipto enredadas en mi pelo, mirando el cielo azul, las nubes espesas, el sonido del viento y los pájaros. Fue un vago recuerdo que apenas duró unos segundos. Pero fue allí que me di cuenta, que es en las cosas simples y sencillas, en detalles y pequeñeces, en recuerdos e ilusiones, donde yace la felicidad.