Detrás de todo este espectáculo de palabras, tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas,
de que no haya muerto del todo en tu memoria...

octubre 15, 2011

Antes de que el diablo sepa que estás muerto

Hoy nos tocó a nosotros. La suerte no estaba de nuestro lado. En estos días aquéllos que estamos vivos es por mera suerte, nada más. En el momento menos esperado sucede. Cuando estás indefenso. Distraído. Creyendo que tenés la libertad de vivir en paz, como si este mundo perteneciera a todos, y no sólo a estos negros de mierda que se creen dueños de la vida y destino de todos nosotros. Se creen que pueden hacer lo que quieren, que pueden arrebatar nuestras cosas e incluso nuestras vidas; y nadie hace nada para demostrarles que no es así. Nadie lo impide, y te tratan de loca si querés hacer justicia por mano propia. Darles lo que se merecen: La muerte, o peor aún, hacer que deseen estar muertos antes que volver a verme la cara. Eran las tres y media de la madrugada, y como cada sábado me despedía de mi novio en el palier de mi edificio. En medio del silencio de la noche, se escuchan unos pasos apresurados y para cuando me di cuenta que venían hacia nosotros, era demasiado tarde: Ya estaban adentro. Revoleando el revólver plateado, gastado. Sabía que no era su primera vez. Otros habían tenido nuestra mala suerte. Uno empuja a mi novio contra la pared, mientras el otro me arrancaba la cartera del brazo. Finalmente se la di. Tengo su rostro tatuado en la retina: Pelo oscuro con mechitas rubias. Piel tostada, como un negro anaranjado. Cejas depiladas. ¡Sí, depiladas! Y unos ojos bien oscuros, perdidos. Se llevaron la cartera de cuero que mi madre tiene desde mucho antes que yo naciera. Dentro había un estuche con maquillajes y toallitas. El collar de piedras que mi tía le había regalado a mamá. Unos chocolates que me regaló esa misma noche mi novio. También una lista de médicos clínicos que él se tomó la molestia de buscar e imprimir. Mi labial Nivea favorito. La billetera con cuarenta pesos dentro y un par de monedas. El encendedor. El monedero que mi mejor amiga me regaló. Y por supuesto, el celular, que hace apenas 6 meses lo tengo, con su funda. También la cédula del DNI, y una foto con Marce. Robaron su celular también. Afortunadamente, por error, pusieron la traba de la puerta, entonces ésta no pudo cerrarse. Olvidé mencionar que las llaves habían quedado del lado de afuera. Si estos tipos se quedaban encerrados con nosotros... Quien sabe qué hubiese pasado. No quiero ni pensarlo. Apenas duró unos segundos, siquiera un minuto. Pero este acontecimiento me amargó toda la noche y el día siguiente. No pude dormir, pensando mil formas de evitar lo que pasó, de hacer lo que no hice, de cómo hacerlos sufrir después. Hicieron que de mí naciera un odio profundo, más del que ya les tenía. Sacaron lo peor de mi persona. Ganas de verlos muertos, a cada uno de ellos. Si existe algún dios, ¿dónde estaba cuando más lo necesitábamos? Este es uno de los motivos por los cuales no creo en ninguna deidad. Nunca están cuando se los necesita. Gente inocente sufre, muere... y siempre ganan los malos. ¿Cuándo vendrá su mesías a salvarlos? Nunca. Sin embargo, estoy agradecida. Porque pudo haber sido peor, mucho peor. Maquillajes, carteras, celulares, etc, puedo comprarme muchos, pero si algo le pasaba a mi novio... Cosas así hacen que aprecies más la vida. Aún así, no es justo. Vivir con miedo no es vivir. No es justo.
Esto siento, más o menos, y por esto mismo muero.