Lo quise tanto que hasta lo dejaba escuchar reggaetón en el auto. Tanto, que no me importaba tener que explicarle el significado de palabras que uso cotidianamente. Tanto, que no me interesaba que tuviese el IQ de un gato, ni escuchar mil anécdotas de borracheras. Sin embargo, no pude con mi genio, y cuando tuve que instruirlo sobre cómo ser un buen anfitrión y pareja simultáneamente, se me fue -aunque como un cuentagotas- todo el amor. Nada más exasperante que la impotencia de querer a alguien que NO es para vos (y que nunca quiso ser tuyo).