Detrás de todo este espectáculo de palabras, tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas,
de que no haya muerto del todo en tu memoria...

octubre 20, 2014

Brindemos

          Hace no mucho escuché a un tal fulano que dijo “Brindemos por la verdad… Y todas sus consecuencias” e instantáneamente recordé el bar, cuando cada vez que te servías una copa venías a brindar conmigo, sin emitir una sola palabra, sólo me mirabas y te sonreías. Siempre, sin falta. Sentía que era tu manera de acercarte a mí sin tener que dar explicaciones a nadie, tratando de ocultar aquello que ya sabían todos pero ninguno se atrevía a nombrar, ni siquiera yo, tampoco vos. Es que, creo, en realidad no había forma de nombrar o etiquetar –o como quieras llamarlo– “eso” que teníamos. Eso que nos mantenía tan cerca pero tan lejos, eso que hacía que nos extrañáramos y que nos eligiéramos una y otra vez a pesar de todos nuestros pecados. Víctimas del deseo, comenzamos por unos besos furtivos y terminamos por desparramar nuestra ropa por el suelo. Eso que empezó como una aventura, que luego nos llenó de vida y felicidad, y que, como todas las cosas buenas, terminó de golpe, sin aviso previo. Aunque ya sabíamos que iba a terminar muy mal… Pero, mientras duró, fue hermoso. “Eso”, que aún no sé cómo llamarlo y que de sólo pensarlo se me estremece el cuerpo. El caso es que, sé que a la larga esta va a ser una bonita y una típica historia de “amor imposible” más del montón, –porque sé que a mí me gustan este tipo de historias– pero por el momento me duele en lo más profundo del alma, sobretodo porque te veo a donde sea que vaya. Y espero vos también, que cada vez que estés en el bar y, mires para donde mires, me veas ahí. Que recuerdes cómo me hacías el amor sobre la barra, la heladera, los sillones, las mesas, las sillas, el baño de damas… Que recuerdes tanto mis gritos de placer como mi risa llena de alegría. Que cuando fumes un cigarrillo al cerrar el local, el humo dibuje mi figura y me extrañes. Que, cuando alguna otra pase con un perfume parecido al mío, me busques con desespero y, al no encontrarme, sientas el vacío que yo siento. Que no puedas arrancarte la pulsera que con tanto amor te hice, ni tirar el papelito de la última vez, si es que todavía no lo hiciste. Que resuene en tu cabeza aquel poema, que ese anciano en la plaza de San Telmo nos recitó creyéndonos enamorados. Y quizá, sin saberlo, lo estábamos. 
          Entendé que no pretendo nada con este texto, no es más que una manera de desahogarme, por eso te escribo, porque anoche soñé que iba al bar, te dedicaba una canción, una que dice “…los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias, se quedan allí, ni el recuerdo los puede salvar…” y me iba sin más. Vos, a pesar de que ella estaba ahí, junto a la barra, odiándome, fuiste corriendo a buscarme. Me frenaste en medio de la acera, me miraste con esos ojos de “quisiera que el tiempo se parara en este instante”, como lo hacías cada lunes antes de subirme al colectivo cuando el deber llamaba, y me besaste tan fuerte y con tanto cariño que realmente parecía que el tiempo se había detenido. Y no terminé de entender si lo hiciste para pedirme perdón, si fue una despedida o si me estabas confirmado el “te amo” del fin de semana anterior, que desperté, muriéndome de ganas de preguntarte qué mentiras le dijiste a ella y por qué. Heme aquí, preguntando por qué no me elegiste a mí, ¿por qué? Sea cual sea la respuesta, entendí que era más fácil dejar todo como estaba, más simple y cómodo para todos. Preferiste la mediocridad a la locura. Lo aburrido a lo excitante. El acostumbramiento a la pasión. Es mucho más sencillo vivir cuando te amas más a vos mismo que a la otra persona. Supongo que fue por ello. O quizás eso quiero creer. Quizás fue a mí a quien le mentiste. Pero todo eso que callabas, eso que decías con tus actos: Tus mensajes, tus llamadas, las salidas, los besos, los abrazos, las miradas, las fotos, y más. Todas esas pequeñas cosas tan lindas que hicieron que… que… que te quisiera tanto. Todo eso lo creí porque lo sentí, y porque lo sentí ¡no puede ser mentira! Lo vi en tus ojos. Lo sentí en tus miradas, cuando creías que no te estaba viendo. Y es por ello que esta situación me duele, porque sé que me amaste, a tu extraña manera, pero lo hiciste y no puede ser posible que me dejaras así, sin siquiera darme la oportunidad de despedirme, de hablar sobre ello, de un último beso… Algo. Lo que sea. 
          En fin, fue sólo un sueño, un producto del inconsciente, de mis deseos más profundos, que me revolvió los sesos y trajo tu recuerdo. En el mundo real hay que saber decir “adiós”. Por eso, con mi copa de vino tinto en la mano, brindo por la verdad y por las consecuencias que ésta conlleva. Porque dudo mucho que le hayas dicho completamente la verdad a tu novia... Digo, podrá perdonarte que me llamaras entre una y tres veces por semana, que me mandaras y pidieras fotos casi todo el tiempo con la excusa de que querías verme, los infaltables mensajes de texto de cada día, las veces que nos veíamos sólo para almorzar y caminar de la mano, los abrazos y los besos, los “te extraño”, podrá haberte perdonado que me hicieras el amor en cada rincón del bar y que tu ropa oliera a mí, el “mi hermosa” que me decías, pero de saberlo… ¿Te perdonaría el hecho de que me dijiste que a ella no la amabas sino que me amabas a mí? No lo creo. En realidad, nada de lo antedicho puede ser perdonado, no éramos sexo vacío, por supuesto que no… Había amor y todos lo notaban. Algo de tal calibre es imperdonable. Necesito que me mires a los ojos y me digas: “Nunca te amé”, o algo así como “te usé”, o lo que fuera, para alejarme de todo esto. Para poder odiarte de una buena vez y olvidarte para siempre. Si no, que me digas… “Lo que sentí fue real pero tuve que elegir lo que era mejor para mí”, y entender que perdí e irme con un poquito de orgullo. La incertidumbre me está matando. Así que, por favor, levanta tu copa una última vez, mírame, no digas nada, sólo mírame como antes, y brindemos. Yo brindaré por lo que no pasó porque, como quien dice, “no está perdido aquello que no fue”. Por la verdad, como dije anteriormente, por soportar todas sus consecuencias y superarlas con la cabeza en alto, y por aquellos sacrificios que debemos realizar constantemente. Por que seas feliz con tu elección y no tengas que pasarte la vida pensando en la famosa frase “que hubiese pasado si…”. Por los días venideros, por vos, por mí. Por nosotros. Brindemos ahora, pero muy despacio, para que dure más. “Salud, señorita”. Adiós y hasta siempre.
Esto siento, más o menos, y por esto mismo muero.