No era posible ver bien entre toda esa gente que me rodeaba. Casi por inercia los esquivaba, sin mirar, también las baldosas flojas, los charcos de lluvia, la basura, la mierda de los perros, entre otras tantas cosas que podés llegar a encontrar en la calle y que ni imaginás. Salir a la calle es como un juego al que ya me acostumbré. Ese ritmo insoportable, la mala gente, todo aquello que detesto. Pero aprendí a observar mejor los detalles, ignorando el resto del mundo. Las aves, los sonidos, el viento que corre mis cabellos de la cara, los aromas, las hojas y flores, los edificios, el sol. Cómo me gusta el sol, hace que todo se vea más bonito. Y sin vergüenza, me pongo a cantar. Sonrío. Y la gente me mira, yo los sigo ignorando. De esta manera te encontré aquella vez, caminando por la Avenida, distraída. Y quizás algo torpe, choqué con vos y ni siquiera me había dado cuenta quien eras. Perdón, susurré sonrrojada. Me respondiste con un "hola" tan simpático. Y desde entonces, quise escuchar ese "hola" todos los días de mi vida. Honestamente, no recuerdo que pasó después, ni siquiera el tono de tu voz. Creo que mi mente se encargó de inventar miles de momentos, miles de conversaciones que jamás sucedieron. Hasta imaginé saludarte con un beso. Hundirme en tu cara, sin decir más, expresarte cuánto te extraño en ese beso. Será que ansío tanto probar el sabor de tus labios. Así transcurre mi vida por las calles de Buenos Aires, anhelando volverte a encontrar. Lo peor del caso es que sé dónde buscarte, sé dónde encontrate, pero ya que alguna vez me has confesado que creías en el Destino, pretendo que sea éste quien nos una... Mentira. En realidad, es por mi orgullo. No te voy a ir a buscar, buen hombre (quiero que vos me busques a mí). Que sea lo que tenga que ser, ¿verdad? Amores imposibles si los hay. Aunque hay un dicho que dice "El que quiere, puede", y me aferro mucho a él. Si realmente querés algo, vas a conseguirlo, cueste lo que cueste. Por ello, no puedo creer que me quieras, que te importo, si sólo puedo verte por "casualidad". Hoy la vida nos está dando una oportunidad. Un momento. Una noche. Hoy es siempre, estimado, hoy es siempre. Y estoy muy enojada porque deliberadamente me dijiste que no. ¡¿Que no, a mí?! Después de repetirme tantas veces lo mucho que querías verme. Y yo prometiéndote que no te ibas a enamorar, que nos arriesguemos. Nada malo puede pasar. Nada. Dos extraños, bah, casi extraños, compartiendo un velada, charlando, riendo. Una noche o una tarde, un café o un vino, una cena, (lo que sea) sólo eso pedí. El miedo va a hacer que te arrepientas de muchas cosas: Oportunidades que desperdiciaste, palabras que no dijiste, heridas que provocaste, y demás. Cariño, no sientas pena por mí, no voy a ser yo quien se arrepienta. Estaba segurísima de lo que quería hacer, iba a arriesgarme. Gané confianza con el tiempo. O tal vez es el deseo lo que me empuja. No lo sé. Pero ahora nunca lo sabremos. Supongo que seguiremos andando por la vida, vagando, quizá con la esperanza de volvernos a ver. Pero eso sí, la próxima vez que te vea por estas calles tan transitadas... Y no importa cuanta gente haya ni nada de lo que pase a nuestro alrededor, prometo darte el beso más dulce que jamás te dieron. Eso, o pasar de largo sin saludarte... No me pierdas, sino nunca más me vas a encontrar. "Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos." Debo decir que tu mirada como enamorada fue lo que perduró desde aquel casual encuentro. O quizás sea una mentira que yo misma me digo para sentirme un poco mejor. No lo sé. Nunca lo sabremos.